viernes, 17 de septiembre de 2010

Love Story

Hace bastante rato ya, por ahí de 1987, que leí un ensayo con una frase que resultó lapidaria para mis intentos de escritura "uno sólo debe escribir si tiene algo que contar". Mi mente, la cárcel más efectiva que existe, tomó esa semilla y la hizo florecer en un leitmotiv. ¿Tenés algo que decir? ¿Alguien antes que vos intentó decirlo? ¿Quién sos para opinar? ¿Sos lo suficientemente bueno? ¿Es esto la perfección?

De ahí en adelante cada intento de expresar aquello que me era legítimo yo mismo me encargaba de liquidarlo, las frases con las que me obligaba a tirar los borradores eran dichas con ganas de aplastar, de matar. No tuve más remedio que dejar de hacerlo, mi carcelero es así de cruel. Eso me llevó al nihilismo y al cinismo tan rápido que ni los vi llegar.

Este capítulo hizo que en lugar de enemistarme con mi mente me enamorara aún más de ella. Es que era fácil enamorarse del personaje, cuando uno piensa que él es lo único que es real y que es de uno. Es tu creación dentro de todo y has ido armando tus defensas, tus torres, tus pozos, tus cadenas; ha ido creciendo con vos y ha sido depositario de todo lo que te ha pasado.

Se convirtió en el diario más oscuro y precioso que alguien puede tener. Sin embargo algo en mí siempre buscaba la belleza, ese valor estético que me hacía recordar de manera sutil que existe algo más, algo que está fuera del alcance de mi mente finita.

Pasó mucho tiempo, estiras y encoges, hojas en los techos, más alegrías, más dolores y acá seguía yo enamorado de mi mente. Pero poco a poco empecé a notar pequeñas grietas en lo que era mi realidad, de pronto me daba cuenta que actuaba como un monigote, era un títere de mi propia mente, aprendí a observar los movimientos de esta, bestia más sutil que ninguna.

Entendí por pura observaciòn que todos o casi todos mis movimientos eran respuestas automáticas, comportamientos aprendidos -por repetición unos, fórmulas exitosas otros-.
De ahí a preguntarme de nuevo, quién sos verdaderamente si no sos libre ni de elegir fue un paso. Así de pronto fue cómo se corrió el velo.

Romper un silencio no es fácil, sobretodo si ese silencio viene dado por una mordaza que uno mismo se colocó. Pero mi mente es un instrumento de comprensión no un fin voraz, mi cuerpo es el vehículo y aquello que la belleza me mostraba, ahora sé que está dentro de mí y que en cualquier momento nos vamos a conocer.

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