martes, 20 de septiembre de 2011

CARIBE


Ir al Caribe de mi país inevitablemente me lleva a un Caribe más profundo, aquel que resiste en la memoria. Ahí habita un niño con preguntas y pocas respuestas, su mirar le permite ver el mundo con toda su belleza y toda su mentira.
Al lado de la casa hay plantas de esas con hojas como lanzas agresivas. El lugar es ideal para que las arañas hilo de oro construyan su tela. Cada mañana la hembra reconstruye lo que se haya dañado por la noche (por la lluvia, el viento, etc). Teje los elementos radiales, después se tejen los circulares, cuando ha terminado de tejer, vuelve y completa los boquetes.
El niño observa las arañas con deleite, pasa horas mirando sus más ligeros movimientos, la madre es ajena al interés del niño. Pasa sus piecitos desnudos por el zacate siempre impecable, decenas de saltamontes de colores brincan alocados y alguno le queda atrapado en las manos. La fuerza de las patas traseras del saltamontes es increíble, lucha por soltarse y algunas veces lo logra, el sonido del chasqueo de sus patas contra los dedos es claro aún. El niño da vueltas por las plantas decidiendo cuál araña será alimentada. En el momento que el grillo toca la tela la vibración alerta a la depredadora, en segundos la presa está bailando como un trompo entre las patas delanteras y con una pata trasera empieza a envolverla con su seda. No se ve nada del saltamontes, es como una pequeña momia y es en ese momento cuando es mordida. El veneno licúa las entrañas del insecto y está listo para ser sorbido. Algunas veces lo chupa de inmediato, otras veces lo cuelga de la parte más alta de su red.
En la playa Caribeña el mar vive en pugna con la selva, dos titanes que quieren la supremacía de la vida. Enredaderas cruzan la arena y la llenan de guirnaldas de flores, brazos de ríos ahora son esteros salados de tanto inmiscuir sus aguas. En esas flores habitan saltamontes de arena, tuve uno en mis dedos, de miedo sueltan por la boca una baba color herrumbre, me miraba con sus ojos espejos y yo estaba tentado de dárselo como ofrenda a la araña más cercana. Brincó de mi mano y nunca miró atrás.
Las arañas jóvenes no pueden quedarse en el espacio de sus madres. Se aproximan al borde de una superficie elevada, levantan la cola y sueltan su seda. Cuando los hilos alcanzan cierta longitud el viento se las lleva, así en parapente empiezan su recorrido por la vida, confiando en la infinita bondad del universo, dejándose ir con todo su amor al vacío, a lo desconocido. Unas logran llegar a un sitio adecuado. Muchas morirán.
Viene la lluvia, su madre le da permiso de jugar con sus hermanos bajo esa furia tropical. En minutos las laderas del jardín se convierten en toboganes de agua, el niño ríe y disfruta el contacto con la felicidad.
La carretera del Zurquí, la de la muerte según los periodistas. Manejo con cuidado, hay lluvia y neblina. Minutos después de que hayamos pasado la noticia llega del auto aplastado por un derrumbe.
Quiero ser como esas arañas, dejarme llevar y flotar por el universo, que los vientos de la vida me lleven calmo al encuentro con mi propósito, todo yo apertura, todo yo aceptación.