viernes, 14 de enero de 2011

CABITO Y EL TAMAL

Me acabo de comer un tamal. Hecho en la casa de mi madre, de la manera que los han hecho siempre. Sin embargo este tamal no me supo a tamal. Cuando lo probè la ausencia de Cabito me entrò por la boca.

Lo vi en su cocina. Lo vi amando cada instante que la tamaleada le regalaba. Moler maíz, hacer chicharrones, cocinar la carne, y el que màs amaba: darle sabor a la masa. Todo esto derrochando amor y alegría, siempre con sonrisa y optimismo, con ganas de que nos comiéramos un pedazo de su corazón.

Veo a Mamà peleando con èl por la cantidad de asiento de chicharròn que le pone a la masa, veo como al descuido de ella le pone lo que le querìa poner y me hace su cómplice. Veo como armamos los tamales y a Papà haciendo castillos en el aire con sus negocios de fàbula, o con sus historias increíbles que me cautivaban. El viviò una vida en libertad, con su corazón abierto y su niño interno en los hombros. El era un contador de cuentos, un trovador, un gaucho y un bromista.

Todo esto me viene a la mente por un sabor que no encuentro.

Miro un croquis de una lengua, cada pedazo reconoce un sabor, al centro salado y àcido, detrás amargo, adelante dulce. Con esos cuatro sabores es posible crear belleza que es el lenguaje del amor.

El dia que murió, una hermana de èl me abrazo, me mirò a los ojos y me dijo -Eric, se nos murió La Poesía- . No le pude contestar nada, ahora lo hago. Sì tìa, murió y era mi Papà y un Tamal.