viernes, 12 de marzo de 2010

couscous


Tenìa ganas de comer algo diferente. Cuando esto me pasa el ritual nunca cambia, entro y salgo de la cocina, abro y cierro las puertas de la nevera y la despensa muchas veces. La perra me sigue y choca con mis pies, a veces su quejido cuando la piso es lo ùnico que me saca del trance; hoy la decisiòn no fue tan difìcil, como siempre lo que tengo a disposiciòn es lo que manda. Entonces esta receta empieza desde el dìa anterior. Los tomates se parten a la mitad. Se salan muy ligeramente. Se colocan en una bandeja que va al horno. Queremos imitar lo que les pasarìa si se ponen en el techo por una semana al sol. Asì que la temperatura màs baja es la correcta. Digamos que un calor dado por un sol controlado y dirigido; no como el que hemos tenido esta semana acà, las hojas no se mueven, el asfalto llora su dosis de humedad y yo ya tengo branquias. Salen los tomates a las doce horas de estar en su sauna. Los guardamos en aceite de oliva y tarro de vidrio. El couscous se prepara simplemente ponièndolo a remojar en algùn lìquido hirviendo, la proporciòn es uno a uno. Yo escogì agua salada, pudo haber sido caldo de verduras, de pollo, de pescado, su despensa dirà. Cuando pasan unos 8 minutos se revuelve con un tenedor el grano. En una ensaladera se revuelve el couscous con unos tomates secos, aceitunas negras, alcaparras, arugula, atùn en aceite de oliva, hierbabuena, jugo de limòn, aceite de oliva, limòn y sal. Esa es la razòn de la cocina, mezclar ingredientes que por alguna razòn uno piensa que riman, sentarse con el plato y permitir que esa magia penetre por los sentidos, a la postre es lo ùnico que nos conecta con el placer de estar vivos.

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