domingo, 16 de junio de 2013

El Cabo Mora

Con 17 años y su rebeldía a cuestas Bernardo Mora tomó su mochila y se fue a la guerra. Era enero de 1955 y con la "Compañía Mario Charpentier" el soldado número 152 empezó su marcha.
Partieron a Cinchona para hacer un tapón que evitara el avance sedicioso que ya venía por Ciudad Quesada. Durmieron en sus trincheras y al día siguiente las órdenes los enviaron hacia la Hacienda Santa Rosa, lugar donde se dio la batalla principal y decisiva en esta guerra.
En San José mi abuelo Hernán Mora calaba profundas bocanadas de su pipa y golpeaba la mesa con mucho enojo para disfrazar su miedo. Amaba a sus hijos y esperaba de ellos una vida más académica que aventurera, su hijo Bernardo Jorge de Jesús nunca le daría ese gusto.
En la hacienda recibe mi padre el apodo que lo acompañaría toda su vida "Cabo Mora". Ahí le tocó matar y ver morir, el horror de esos fratricidios los llevaba escondidos bajo su gruesa piel.
Detrás de un árbol se protegía e intentaba avanzar bajo el fuego enemigo, una granada explotó cerca de él y papá cayó al suelo.
Mi abuela, sus padres, su hermana y otros familiares organizaron una sesión espiritista para tener noticias sobre su hijo, sobrino y nieto. La médium su prima entró en trance y vio claramente el cuerpo de mi padre volver a casa en el camión de los muertos. Estela Corrales mi abuela respiró hondo y se abrazó a su hermana.
Cabo Mora volvió en sí en la vagoneta que cargaba los muertos hacia Liberia. Un brazo quebrado y heridas de la metralla. Aún hoy recuerdo esas cicatrices, manchas azules como lunares malditos escociendo su piel. Es como lo quiero imaginar, sentado sobre muertos que fueron sus amigos y compañeros. Su cara en alto, los ojos rojos, su brazo bueno levantado en sonrisa, la boca entreabierta sin palabras y su brazo herido apuntando al horror. Gracias Cabito

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