domingo, 4 de diciembre de 2011

La mosca

En las semanas más calientes del año, las moscas del vertedero Río Azul cruzaban la colina que le da nombre al barrio donde vivíamos con nuestros padres. La casa blanca de la esquina, la de las palmeras y flores, la rara hecha como de cubos, la moderna. Así identificaban la casa en el barrio, así la describíamos si alguien pedía la dirección . Esta casa fue diseñada para mis padres que venían del campo, de los bananales. Desde afuera no se ve ninguna ventana, por dentro cada habitación tiene patios internos, puertas y ventanas de piso a techo que los comunican. Una casa llena de luz, aire fresco y moscas de Río Azul cada cierto tiempo.
Victoria mi mamá era una mujer vanidosa, le gustaba lo bello, lo ordenado, esas estructuras le daban comodidad, seguridad, control; así ella sabía dónde estaba hasta el último tornillo que había comprado. No era religiosa y aún así bajo la consigna de ¨donde hay orden está dios¨, nos tenía en un régimen estricto de limpieza y cooperación en todas las tareas de la casa, limpiábamos pisos y paredes, barríamos, limpiábamos baños, lavábamos ropa, cortábamos el zacate y un sinfín más de tareas. Sostenía que su mandato era incuestionable porque ella era la Reina de la casa y ahí se hacía lo que ella quería. Era una madre inalcanzable, ella misma se subía a su trono, desde donde resplandecía con su belleza, su buen gusto, su humor, su fortaleza. Tenía mucho miedo mamá, su sensibilidad la abrumaba, no la comprendía, la identificaba más como una debilidad que como su verdadera esencia femenina y prefirió cambiarla a una fuerza de acción y de control. Su energía femenina estaba masculinizada y mamá era una mujer exitosa en todos los campos que veía.
La vanidad la acompañó hasta su muerte, una de sus bromas preferidas antes de morir era quejarse de haber sido la única paciente de cáncer en el mundo que en vez de enflaquecer engordaba.
Un día de verano las moscas revoloteaban por la casa, estábamos hartos de usar remedios, bolsas con agua, matamoscas. Tomé unas tijeras de cocina e intenté trozar alguna en el aire. Los dos pedazos de mosca cayeron a mis pies.
Esta enfermedad fue despiadada con ella, poco a poco la iba haciendo soltar cada reducto de control falso que ella creía tener, su soberbia iba descascarándose y al llegar al final de su vida mi madre lo único que podía y quería era dar amor y recibirlo.
La casa de La Colina, esa mosca partida en dos, mi madre y yo.

1 comentario:

  1. una linda family que conozco. salú, victoria. salú, eric.

    ahora, no sabía que eras el señor miyagi tico!!!

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